junio 24, 2015

Discurso fúnebre

Me llamo Hazel. Augustus Waters fue el fugaz gran amor de mi vida. La nuestra fue una historia de amor épica, y no profundizaré más en el tema para no hundirme en un mar de lágrimas. Gus lo sabía. Gus lo sabe. No voy a contaros nuestra historia de amor porque, como todas las historias de amor reales, morirá con nosotros, como debe ser. Esperaba que él me hiciera un discurso fúnebre a mi, porque nadie podría habérmelo hecho mejor...

Empecé a llorar. (...) Tomé aire y volví a la página.

No puedo hablar de nuestra historia de amor, así que hablaré de matemáticas. No soy matemática, pero de algo estoy segura: entre el 0 y el 1 hay infinitos números. Están el 0,1, el 0,12, el 0,112 y toda una infinita colección de otros números. Por supuesto, entre el 0 y el 2 también hay una serie de números infinita, pero mayor, y entre el 0 y un millón. Hay infinitos más grandes que otros. Nos lo enseñó un escritor que nos gustaba. En estos días, a menudo siento que me fastidia que mi serie infinita sea tan breve. Quiero más números de los que seguramente obtendré, y quiero más números para Augustus de los que obtuvo.

Pero Gus, amor mío, no puedo expresar lo mucho que te agradezco nuestro pequeño infinito. No lo cambiaría por nada del mundo entero. Me has dado una eternidad en esos días contados, y te doy las gracias.
John Green
Bajo la misma estrella
Capítulo 20
Extracto

junio 23, 2015

Día del abogado

"hoy he vuelto a escuchar la que un día fue
nuestra maldita canción
y he sonreído
sin enseñar los dientes. 
no eres más que una sombra
y yo me estoy diluyendo."
S.H.

Había planeado mi vida en base a mi presente del 2013. 
Tuve que botar esos planos. Errores comunes.

Recordé en la mañana que ayer era un día triste.
Ayer. No recordé la tristeza de ayer.

Se me ocurrieron mil cosas para subirle el ánimo.
Qué sin sentido. Debo despertar.

Me di cuenta que se llevó mis crisis emocionales.
Ojalá las esté disfrutando. Yo tengo paz.

Quiero pensar que a veces piensa en mi.
De ilusiones también se vive.

Nadie nos avisó que tendríamos este destino.
O quizás yo ignoré el aviso.

Todavía es difícil. Todavía pesa.
Ya no siempre. Ya no tanto.

Cada vez menos. Cada vez...

junio 04, 2015

Servilletas a la carta

Señorita, perdone que la importune con esta humilde misiva, pero considero necesario aprovechar esta única oportunidad de valentía que me otorga el alcohol que hoy bebí -cosa que nunca hago- para expresar en estas pocas servilletas todo lo que hasta ahora he callado. 

Es cierto que usted no me conoce, ni yo a usted, pero he pasado cada noche de cada viernes desde hace un año contemplando su hermosa presentación en este mismo lugar desde el que le escribo -mesa 23, por si le interesa-. Desde aquí puedo escuchar la perfecta sinfonía de su voz al cantar, entre muchos otros, mi bolero favorito; puedo divisar el momento en el que se entrega a la melodía, cierra los ojos y toma el micrófono con ambas manos, evitando un escape imposible; pero debo confesar que el mejor momento de su actuación es cuando sube las rodillas y despega los tacones del suelo, alarga una pierna y la posa suavemente sobre la otra, como si no le pesara, exponiendo al público su perfil radiante. Esto, evidentemente, cuando canta sentada, que agradezco que sea la mayor parte del tiempo, porque cuando se levanta temo que mi corazón no resista un viernes más.

Me declaro irremediablemente adicto a su voz. Me parece oportuno aclararlo, dado que acabo de releer las servilletas anteriores y los halagos que allí describo no se dirigen precisamente a su calidad vocal. A estas alturas, ya no estoy tan seguro de entregarle estas servilletas; creerán que estoy solicitándole un repertorio demasiado extenso y me tildarán de abusivo e irrespetuoso con la dama que nos deleita.

Todo lo anterior es un preámbulo demasiado extenso para que mi mano izquierda tomara el valor de invitarle un café, o dos, ya que no se me da lo del alcohol y de noche ya la he visto suficiente, si me permite el atrevimiento de confesárselo de nuevo. Podría ser mañana o el domingo, si no entorpezco sus planes y sin ofender a su pareja o pretendiente, en caso de que exista. Me gustaría saber más de usted, de su día a día, observar lo que la miopía y la oscuridad del bar no me permiten verle. De nuevo me disculpo, sobre todo, por la verborrea que aquí expongo. Me despido informándole que le dejaré una última servilleta con mi nombre, el número de mi casa y mi dirección, por si acaso lo llega a necesitar. Esperaré con todo gusto su respuesta, que ojalá llegue.

PD: Disculpe nuevamente el atrevimiento, pero es que la acabo de ver salir y, señorita, sinceramente, ¡qué hermoso le queda ese vestido negro!

Me siguen los buenos