Las migraciones se dan todas a la vez (más o menos) o no se dan.
Es evidente (para mi, y seguramente para los que me leen desde que era drama queen) que he crecido mucho desde que me mudé. No corporalmente, claro está, sigo teniendo mi estatura “poco.más.de.1_50cm”,
mi caucho en la cadera y el resto de mi como era antes, pero
internamente soy mucho más de lo que solía ser. Así, sin adjetivos.
Este
fin de semana la pasé cocinando: hice desde arepa frita (para Argentina
la comida frita es una herejía) hasta tequeños (fritos, por supuesto).
Mis fines de semana de ahora, a diferencia en años luz de los de antes,
suelen ser de ver películas o series, comer y/o cocinar (no siempre
cocinar significa comer, eso podría dar para otro escrito) y sentarme a
pensar: un eufemismo para decir ver instagram y facebook… y las
historias de whatsapp. Malditas redes.
Pero
también, más allá de hacerme cargo de mi misma (algo que no solemos
hacer totalmente hasta que vivimos solos), he descubierto que estoy
“migrando” de ser una persona de la noche a ser una persona de la
mañana. No del todo, no todos los días, pero aunque suene paradójico,
tampoco contra mi voluntad. Simplemente es algo que no he podido evitar.
Jorge me dice que a medida que crecemos, dormimos menos. Jorge es mi
mejor amigo, se los presento. Y la verdad es que mientras estoy
escribiendo esto, no me queda muy claro si en realidad estoy migrando a
ser una persona de la mañana o es que simplemente estoy durmiendo menos,
porque la realidad es que yo antes de las once no puedo dormir, pero a
las siete de la mañana ya me despierto… y eso no pasaba antes.
Lo
primero que hice este mes fue cambiar el orden de los “macundales” del
cuarto de manera de estar lo más lejos posible de los enchufes y, por
ende, del celular en las noches. Así, cuando voy a dormir “me obligo” a
dormir a la hora porque el cargador no llega a la cama (no aplica para
fines de semana porque simplemente no cargo el celular en las noches).
Además, me despierto un minuto antes de que suene la alarma y pienso
“maldita sea” pero ya no pienso “dormiré cinco minutos más” porque sé
que hay una de dos posibilidades: o esos cinco minutos más no los duermo
o se convierten en una hora mínimo. Así que me levanto y me preparo un
café.
Otra
cosa que tampoco puedo hacer ahora es dormir durante el día. Antes
solía pasarme que podía dormir en la tarde y dormir tranquilamente en la
noche. Otra pérdida de la adultez: duermes máximo ocho horas cada
veinticuatro horas, punto. Así, si duermo en la tarde dos horas, en la
noche -como ustedes ya deben saber- no me da sueño; me duermo a las tres
de la mañana y me despierto a las ocho de la mañana “del día siguiente”
(es el mismo día, pero para mí sigue siendo el mismo día si no lo
separo durmiendo).
Siguiendo
la nomenclatura horaria de este país, son las nueve menos cinco y yo
estoy escribiendo esto en pijama, porque puedo (tengo horario flexible
en la oficina y vivo cerca) y porque de repente pensé que así como hay
personas que se levantan a las cinco de la mañana y salen a correr o a
hacer cualquier otro ejercicio, esto de escribir junto al alba (es una
metáfora, no cuenten conmigo antes de las siete de la mañana) podría ser
un buen ejercicio mental.
Quién sabe, capaz sale algo bueno.
Y sonrían, miren que los miro.
Y sonrían, miren que los miro.
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