Era un día cualquiera de colegio, salvo porque nos habíamos jubilado. Estudié en un colegio privado donde el horario impedía que saliéramos del recinto, es decir, jubilarse propiamente dicho, no era posible: nos salíamos de clase y andábamos por los pasillos del colegio... podría parecer estúpido, dado que no implica vivir aventuras adolescentes en la ciudad; sin embargo, esa mañana pasó algo lindo.
Teníamos una psicóloga en el colegio que, a mi modo de ver, tenía más problemas que nosotros. Me incluyo, aunque nunca entré a su cubículo más que para escuchar sus problemas, la verdad creo que era un poco inmadura, pero me daba igual porque las veces que "nos jubilábamos" nos refugiábamos allí. Estábamos en la era de los mensajes de texto, allí podía hablar con él sin temor a ser descubierta por algún profesor.
Ella estaba saliendo -o algo así- con el papá de un alumno de noveno grado (yo estaba en segundo de ciencias, es decir, quinto año de bachillerato) y creo recordar que se acercaba una fecha importante o simplemente quería hacer algo fuera de lo común, en realidad no recuerdo muy bien cómo llegamos a la idea: llamaríamos al "homenajeado" por teléfono y le daríamos una serenata, era perfecto: Ramón en la guitarra y yo la "maravillosa" voz. Para ese tiempo, yo era soprano en la coral de la Procter & Gamble, por lo que supongo que mi voz sonaba muy bien (o por lo menos mejor que ahora). No le diríamos de parte de quién, dado que ella quería ver su reacción cuando se lo dijera.
Cuando atendió el teléfono, escuché una voz gruesa, de hombre interesante... le pregunté si era Fulano y respondió afirmativamente, a lo que respondí que teníamos un encargo para él y que por favor no colgara mientras cumplíamos. Iniciaron los acordes y a los tres segundos comencé a cantar: "Cuando sientas tristeza que no puedas calmar, cuando haya un vacío que no puedas llenar...".
Al finalizar la canción, Fulano me agradeció con la voz temblorosa añadiendo halagos a mi voz. La psicóloga había presenciado la escena y escuchado todo en altavoz, estaba muerta de nervios y algo parecido a vergüenza. Nos dijo que en la próxima salida le diría que fue ella y nos contaría con pelos y señales lo que él le dijera y su reacción al respecto.
Era la mañana de un lunes cuando ella nos sacó del salón: llegamos a su cubículo y se le veía decepcionada, triste... no lo sé, sinceramente no entendí para qué nos mandó llamar. Comenzó diciéndonos que había salido ese fin de semana con Fulano, y que él le contó con emoción que le habían dedicado una canción por teléfono esa misma semana. Antes de que pudiera revelarle quién había sido la autora intelectual, él le dijo que Sutana se había excedido con ese gesto, que fue muy lindo... bla, bla, bla... otra mujer se adjudicó el crédito que le pertenecía a la psicóloga de mi colegio. Casi me da un infarto.
Le dimos muchas ideas de cómo desenmascarar a la ladrona, que debíamos volverlo a llamar y decirle la verdad, que Sutana no tenía como comprobarle que había sido ella, en cambio nosotros sí... perdimos nuestro tiempo y nuestras palabras, creo que ella se resignó a "perder" la batalla (o la guerra). No entendí por qué, pero ese día supe que hay personas que se regocijan en sus desgracias y ese es un triunfo mayor que luchar por su felicidad... mayor que ganar. Hay personas sin escrúpulos en el mundo y personas que se dejan joder fácilmente. La psicóloga de mi colegio era de las segundas, definitivamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario