octubre 21, 2013

Manicomio

Diviso desde una ventana (o balcón) un pequeño jardín cercado por fachadas de edificios... debo estar en un tercer o cuarto piso. El jardín tiene un pulmón verde rectangular en el centro, a los lados tiene caminerías de brillantes piedras pequeñas por donde a duras penas podrían transitar dos personas a la vez. Las fachadas de los edificios se separan del jardín con pequeños arbustos. Me fijo en la fachada que está al frente: paredes blancas, amplias ventanas de madera al estilo del siglo XVIII. Voy bajando la vista y aparece ante mis ojos un portal imponente con dos grandes tablas de madera semi abiertas, a través de las cuales puedo ver el mar y un par o más de yates y catamaranes. Estoy cerca del puerto. Algo me dice que no vivo ahí, que esa es la casa de Fulano de tal. Atravieso la puerta sin darme cuenta siquiera que había bajado ni cómo lo hice... desde el portal el mar parece más una laguna de agua muy cristalina. Hay tres personas jugando en la orilla que, desde mi punto, se ve cerca aunque a ellos los veo diminutos: apenas puedo divisar a un hombre en bermudas y una mujer (lo sé por el cabello largo y el torso cubierto). No distingo a la tercera persona que se acerca por mi derecha, algo me impide voltear... de pronto esa persona lanza desde mi orilla una tortuga al mar y pienso que tocará fondo rápido: no es tan profundo. Pero la tortuga baja y baja y está nadando en aquellas aguas y de repente y sin razón aparente pienso en mi vida y me doy cuenta que no sé quién soy, no recuerdo nada, no sé qué hago ahí y no conozco a esas personas. Me lanzo al agua para salvar a la tortuga, pensando que la orilla está cerca y puedo llegar rápido, pero cuando me sumerjo, la tortuga desaparece, doy vueltas buscándola y no hay nada. Subo para tomar aire y estoy en medio del océano, la orilla que antes me parecía muy cercana está ahora demasiado lejos para llegar nadado. Me siento sin fuerzas para hacerlo, siento que me voy a desmayar ahí, sola, tengo miedo, pero luego sacudo la cabeza y me doy cuenta que estoy en una piscina en un lugar extraño. Me aferro a uno de los lados y veo a una mujer gorda que pasa frente a mi, siento odio, la miro con recelo, como queriendo hacerle daño pero no sé por qué. Tengo un teléfono inalámbrico en la mano (no es un celular) sumergido en el agua, me salgo de la piscina para llamar a mi mamá y me dan ganas de llorar y comienzo a recordar mi vida, todo lo que hasta hace dos segundos no sabía que había hecho. Ahora en vez del teléfono, tengo un cigarro en la mano. El pasillo por el que camino es parecido al de las haciendas de los llanos, con techos de zinc y cestas con matas guindadas de los tubos que lo sostienen... la pared era color naranja... me doy la vuelta por alguna razón y veo a tres personas sentadas en una mesa que parece de plástico, los asientos son lisos, sin espaldar y vienen incorporados a la mesa... llego hasta ellos pero solo veo a uno, es un hombre joven pero parece desnutrido, tiene los ojos hundidos y rojos, algo me dice que es la droga, tiene una chaqueta de cuero negro y una camisa cuello redondo negra. Cuando me siento a su lado me doy cuenta que llevo una bata blanca, pero no le doy mucha importancia, lo miro a los ojos y él me quita el cigarro... le hablo como sollozando "...honey, antes de que vuelva a perder la memoria, quiero contártelo todo..." el hombre se ríe y mira mi mano apoyada sobre el asiento: yo la miro también y noto tengo una cicatriz redonda en el centro del dorso de la mano. Quemada de cigarro. Lo veo y volteo a ver a las otras dos personas, pero están borrosas, solo escucho sus risitas antipáticas. Me doy cuenta que él no es mi honey y de pronto recuerdo que estoy en un manicomio, lo recuerdo todo... estoy encerrada... escucho un grito y levanto la cabeza: veo mi cuarto de paredes blancas. 

Escrito el 16.10.2013

1 comentario:

Me siguen los buenos