Una vez más te compré la sonrisa, reprimí los miedos, las preocupaciones y todo lo que me aturdía y me estresaba al llegar a casa. Sentí tu olor, impregnado por todos lados y supe que habías vuelto. Una vez más fui masoquista, me abrí de nuevo a ti y fui feliz por un mínimo rato. Pero es que los recuerdos no se borran como palabras en un cuaderno, el pasado, aunque no queramos, sigue tras la puerta de la habitación. Y ese mismo pasado es el que cierra y abre la puerta, molestando, burlándose de los sentimientos que nos duelen, que nos amargan los tragos de vino junto a otras pieles. Si es que en tu caso hubo otras, porque sinceramente, mi cama tuvo todo este tiempo tu lado vacío.
Una vez más me sanaste el alma, me atajaste en la caída, velaste mi sueño y acariciaste mi cuerpo dormido. Y no sé por qué tienes que ser tan masoquista, tú y mi corazón, ambos que se dejan engañar por una lluvia imprudente que sale de mis ojos. No sé por qué tienes que creer que me sigues importando, que siempre estaré ahí, que soñaré contigo, que te haré el amor. NO. Una y mil veces no, porque ya la resignación le ganó al amor, ya la tristeza le ganó a todo lo que una vez pudo hacerme feliz.
Una vez más me engañé a mi misma, volví a jugar y volví a perder. Es obvio el sarcasmo con el que dije lo que dije en e párrafo anterior. Pero quiero creer que es así, porque sinceramente me cansé de naufragar en unos ojos que nunca he visto, me cansé de hacer turismo en unos labios que no conozco y de llegar a un corazón donde está una huella, supuestamente mía, que yo no puse ahí. Y aún así seguiré haciéndolo, porque duele menos estar y no estar, que no estar literalmente hablando. Bah! No tienen que entender. Duele menos verte sin tenerte, o tenerte sin verte, ya no lo sé.
Una vez más, y espero que sea la última, aunque sé que no lo será, volví a decirlo. Y bueno, creo que no te importó mucho, pero sé que te llegó, aunque no sé exactamente a dónde. La verdad ahora todo es diferente, pero igual. Las mismas discusiones, tú viendo tv y yo arreglándome en el baño, no sé por qué, porque ya es hora de dormir. Y cuando me acuesto, apago mi lámpara y te siento a mi lado, y por más que quiera dormir abrazada a ti, el orgullo es más fuerte. Tú ahí, inerte, cambiando canales, con tu lámpara prendida, esa desgraciada que amo tanto porque me hace saber que sigues ahí, esperas que de mi lado oscuro de la cama surja, aunque sea una palabra, para dar tu brazo a torcer.
Y yo, haciéndome la que duerme profundamente, doy por sentado que sabes que el primer paso tienes que darlo tú.
Firmado y sellado.